3 de junio de 2012



Tú. Con ese sutil movimiento que producen tus caderas al dar cada paso. Doblarás a la izquierda, lo sé, te detendrás en unas cuantas vitrinas. Me encanta imaginarme tu cuerpo delgado con cada una de las prendas que miras a través de los cristales.
Entras en un café, me siento a tu lado en la barra, con cierta discreción. Amo el sonido del café ardiente atravesando tu garganta y el rojo que invade tu rostro luego de acabar con aquel líquido amargo. Miras durante un largo rato la puerta celeste que lleva a la cocina del local, como queriendo encontrar finalmente una salida hacia un mundo distinto. Tu mirada siempre se posa en miles de puertas distintas, buscando algo que yo desconozco. Sin embargo, no te permites continuar con tus reflexiones inciertas y rápidamente dejas el dinero en la mesa, sin guardar el cambio, como intentado retirarte dignamente de un juego perdido.
Nuevamente nos encontramos en la calle, es difícil permanecer a tu lado y seguir ese paso acelerado y decidido con el que atacas la cuidad que intenta devorarte. Cruzas los semáforos al ras de los autos furiosos que aceleran frente a la luz verde que acaba de aparecer. Continuas tu marcha, entras en un supermercado, coges un carro y yo pesco el siguiente. Compras verduras, muchas zanahorias, sé cuánto te gustan  las zanahorias. Pasas por la sección de lácteos, la de limpieza, la del pan, pero te saltas la sección de carnes, hace mucho que no comes carne.
Te diriges a la caja, miras detenidamente a la cajera, nuevamente buscando respuestas. No acabas de observarla cuando ella impaciente te dice: - ¿Efectivo o tarjeta señora? – Efectivo por favor- contestas con una pequeña mueca. Sacas un montón de billetes verdes de tu cartera y se los alcanzas. Le das las gracias sin saber por qué y coges tus bolsas. Se cae al suelo un tarro de conservas, quiero correr a recogerlo por ti, pero te adelantas como siempre y rápidamente te agachas, tu vestido se recoge y descubre tus piernas largas. Amo tus piernas perfectas.
Sales del supermercado, cargada con mil bolsas. Tu departamento está cerca, no tardarás en llegar. Caminas un par de cuadras y te detienes a ratos para descansar tus brazos. Finalmente llegas a tu hogar, te paras frente a la puerta del edificio gris. Introduces tu mano en la cartera y buceas un largo rato dentro de ella, intentando buscar las llaves que nuevamente se te han perdido. Haces un gesto de desagrado, levantas levemente una ceja y luego de pensar unos instantes lo recuerdas. Si, así es, dejaste las llaves adentro del bolsillo exterior de tu bolso al salir y simplemente no lo recordabas. Te ríes de ti misma y con una leve sonrisa abres la puerta y desapareces tras de ella. Yo expectante te miro y luego corro al edificio de enfrente. Saco las llaves, abro acelerado la puerta, subo al ascensor y llego a mi departamento. Entro apresurado, no enciendo ninguna luz, abro las cortinas y la ventana. La luz de tu departamento está encendida, incluso diviso la tetera humeante en tu cocina. Tú estás sentada en la silla de mimbre con los pies en alto.
Es de noche y no me canso de observarte. No comerás nada, lo sé, no comes de noche. Sólo tomarás un agua de hierbas, como acostumbras desde hace ya tanto tiempo. Ahora te diriges a tu cuarto, te desnudas lentamente y tu cuerpo luce más hermoso que nunca desde mi ventana. Miras hacia mi departamento, siempre lo haces, como si supieras que yo existo. Pero sólo diriges una mirada que me hiela hasta los pies y luego te volteas poco a poco, te pones una camisa larga y apagas la luz.
Así concluye otro día y la noche la paso imaginando tus sueños. Debo dormirme, mañana es lunes y los lunes sales temprano.

No hay comentarios: