Tú
Tú. Con ese
sutil movimiento que producen tus caderas al dar cada paso. Doblarás a la
izquierda, lo sé, te detendrás en unas cuantas vitrinas. Me encanta imaginarme
tu cuerpo delgado con cada una de las prendas que miras a través de los
cristales.
Entras en un
café, me siento a tu lado en la barra, con cierta discreción. Amo el sonido del
café ardiente atravesando tu garganta y el rojo que invade tu rostro luego de
acabar con aquel líquido amargo. Miras durante un largo rato la puerta celeste
que lleva a la cocina del local, como queriendo encontrar finalmente una salida
hacia un mundo distinto. Tu mirada siempre se posa en miles de puertas
distintas, buscando algo que yo desconozco. Sin embargo, no te permites
continuar con tus reflexiones inciertas y rápidamente dejas el dinero en la
mesa, sin guardar el cambio, como intentado retirarte dignamente de un juego
perdido.
Nuevamente nos
encontramos en la calle, es difícil permanecer a tu lado y seguir ese paso
acelerado y decidido con el que atacas la cuidad que intenta devorarte. Cruzas
los semáforos al ras de los autos furiosos que aceleran frente a la luz verde
que acaba de aparecer. Continuas tu marcha, entras en un supermercado, coges un
carro y yo pesco el siguiente. Compras verduras, muchas zanahorias, sé cuánto
te gustan las zanahorias. Pasas
por la sección de lácteos, la de limpieza, la del pan, pero te saltas la
sección de carnes, hace mucho que no comes carne.
Te diriges a la
caja, miras detenidamente a la cajera, nuevamente buscando respuestas. No
acabas de observarla cuando ella impaciente te dice: - ¿Efectivo o tarjeta
señora? – Efectivo por favor- contestas con una pequeña mueca. Sacas un montón
de billetes verdes de tu cartera y se los alcanzas. Le das las gracias sin
saber por qué y coges tus bolsas. Se cae al suelo un tarro de conservas, quiero
correr a recogerlo por ti, pero te adelantas como siempre y rápidamente te
agachas, tu vestido se recoge y descubre tus piernas largas. Amo tus piernas
perfectas.
Sales del
supermercado, cargada con mil bolsas. Tu departamento está cerca, no tardarás
en llegar. Caminas un par de cuadras y te detienes a ratos para descansar tus
brazos. Finalmente llegas a tu hogar, te paras frente a la puerta del edificio
gris. Introduces tu mano en la cartera y buceas un largo rato dentro de ella,
intentando buscar las llaves que nuevamente se te han perdido. Haces un gesto
de desagrado, levantas levemente una ceja y luego de pensar unos instantes lo
recuerdas. Si, así es, dejaste las llaves adentro del bolsillo exterior de tu
bolso al salir y simplemente no lo recordabas. Te ríes de ti misma y con una
leve sonrisa abres la puerta y desapareces tras de ella. Yo expectante te miro
y luego corro al edificio de enfrente. Saco las llaves, abro acelerado la
puerta, subo al ascensor y llego a mi departamento. Entro apresurado, no
enciendo ninguna luz, abro las cortinas y la ventana. La luz de tu departamento
está encendida, incluso diviso la tetera humeante en tu cocina. Tú estás
sentada en la silla de mimbre con los pies en alto.
Es de noche y no
me canso de observarte. No comerás nada, lo sé, no comes de noche. Sólo tomarás
un agua de hierbas, como acostumbras desde hace ya tanto tiempo. Ahora te
diriges a tu cuarto, te desnudas lentamente y tu cuerpo luce más hermoso que
nunca desde mi ventana. Miras hacia mi departamento, siempre lo haces, como si
supieras que yo existo. Pero sólo diriges una mirada que me hiela hasta los
pies y luego te volteas poco a poco, te pones una camisa larga y apagas la luz.
Así concluye
otro día y la noche la paso imaginando tus sueños. Debo dormirme, mañana es
lunes y los lunes sales temprano.