13 de noviembre de 2007

Sever la Odnum

Sentado en su cama, miraba fijamente la muralla blanca. Sus ojos resecos se vieron impactados por una luz fluorescente y encandiladora, que se alzaba por la ventana del vigésimo cuarto piso.
Eran las seis de la mañana y las luces de los focos que cubrían la cuidad se encendían para iluminar el oscuro cielo que comenzaba a asomarse.
Sus pies y manos estaban helados, revelando un color azuloso, debido al escaso flujo de sangre que circulaba por sus extremidades mientras reposaba. Su cabeza se sentía pesada y comprimida y alcanzaba a sentir la presión que ejercía la sangre en ella.
Al percatarse del a hora, se levantó de prisa y se dirigió al baño. Introdujo sus manos en una cápsula que lanzaba agua al igual que una pileta y se mojó el rostro. Se examinó en el espejo con detención. Las venas de su frente palpitaban aceleradas. Por unos segundos, varios pensamientos asaltaron su mente. No tuvo éxito al intentar retenerlos dentro de su cabeza, por lo que los dejó pasar y se encaminó a la cocina. Allí se sirvió algo de comer y luego de leer el diario y mirar el reloj un par de veces, se vistió y abandonó el departamento.
El ascensor lo depositó en el primer piso y una vez en la puerta del edificio, esperó a que pasara el transporte. Al ver que éste no aparecía, resignado, decidió caminar. Puso un pie sobre la plataforma metálica que colgaba desde la puerta del edificio y recorría la cuidad por completo. En ese preciso instante percibió como un líquido espeso y pegajoso impactaba violentamente su rostro. Miró desconcertado hacia abajo y vio a un pájaro atravesar el oscuro firmamento… ¡Maldito animal! Venir a cagarme justo a mí.

1 comentario:

Unknown dijo...

a mi me sucedió eso rindiendo la PSU, el manso ni que augurio